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Al vuelo de anduriñas

Al vuelo de anduriñas

Palabras en la presentación del libro Anduriñas (Corda Ediciones, 2022) de Diego Martínez Cara ilustrado por Fera Vizcarra

por Francisco Vásquez Ponce / 16 de marzo 2022, FES Acatlán, Estado de México

UNO

Tengo el honor de haber sido invitado por Sandra, la editora, y el autor, Diego, a presentar el este libro ilustrado por Fera, Anduriñas, que hoy nos reúne.

Por lo tanto, todos entenderemos, considero imperativo que lo que diga a continuación estará cargado de cierta magia, de aves, de vuelo y, sobre todo, de largas digresiones que sólo se justifican por el entusiasmo que provoca un libro sobre otros libros.

Comenzaré planteando en esta conversación una cuestión al mismo tiempo urgente de pensar y baladí: ¿de dónde vienen las golondrinas?

Anduriñas es un libro y es un cuento que lleva por título “Anduriñas”, es decir, golondrinas en voz portuguesa, con las variantes “andoriña”, “andorina”, “anduriña”, según nos cuenta algún diccionario. Pero, simultáneamente es una voz tradicional gallega, sobre todo si observamos el uso que hace de la letra ñ en su ortografía. Es probable que su atributo más característico, más allá de su descripción física, sea su peculiar forma de vivir: el ave va, se va, siempre anda por los cielos y se va; porque eso hacen las anduriñas, viajan, migran.

Sus familiares más cercanos son los vencejos (Hirundo apus) y los aviones (Delichon urbicum), pero son todos distintos, según se sabe, gracias, entre otros, a un señor de apellido Linneo, quien tuvo el interés y la paciencia de leer, nombrar y clasificar a un número ingente de seres de la naturaleza para beneficio del saber humano.

Las golondrinas (Hirundo rustica) migran con un sentido de permanencia en el mundo. Su andar tiene sentido, es lo que quiero decir. Sin embargo ellas con su andar por el cielo o a ras del agua pueblan el imaginario de los seres humanos. Su partida es aventura y esperanza, pero también desconsuelo y melancolía; es cura y es dolor. En suma, las aves en general, y en particular las golondrinas, son parte de lo que Margit Frenk llama “La imaginación fabuladora.” Y con ella inicia una genealogía golondrinesca. 

“La golondrina en el viento 

platica con el avión, 

le cuenta los sentimientos 

que abriga su corazón.” en M. Frenk

En 1993 a la doctora Margit Frenk se le asignó la silla número XXIV, quien antes de ella ocupara Mauricio Magdaleno, en la Academia Mexicana de la Lengua. Menciono esto como nota personal debido a que mi asesor de tesis en ese momento, José Amezcua, y otro de mis maestros de la licenciatura, Evodio Escalante, juntos, habían publicado un Homenaje a Margit Frenk en 1989. Pepe Amezcua, erudito en las letras áureas de Calderón, Lope, Tirso y Alarcón, me invitó a esa ceremonia que para mí es memorable. Después de casi treinta años aún recuerdo la disposición de la sala, las luces, algunas personas, pero sobre todo recuerdo el tono de voz de Margit y las palabras de su discurso de ingreso que lleva por nombre: “Charla de pájaros o las aves en la poesía folklórica”. Supimos por ella en ese momento que retomaría el discurso que Salvador Novo pronunciara años antes, en el 53, en semejante ceremonia, la cual lleva por nombre: “Las aves en la poesía castellana”. En la plática de la doctora supe que la poesía, pero sobre todo la popular, canta y vuela, retrata y dialoga, declara y da voz.

Por supuesto que ni Margit Frenk ni Salvador Novo hablaron sólo de golondrinas. Pero su presencia es evidente en retrato, diálogo y gorjeo.      

“Un jilguero apasionado 

se lo pasaba cantando; 

por culpa’e una golondrina 

ahora vive llorando. en M. Frenk

La doctora Frenk habla de la migración de las aves de la poesía culta a la poesía popular, un viaje no necesariamente cronológico, ya que las aves han estado ahí, cantando y volando incluso antes de una Antigüedad clásica. Es decir, su particular estilo de ser de las golondrinas ha sido digno de la más alta poesía. Virgilio, por ejemplo, canta: “la golondrina gorjeadora cuelga su nido de las vigas”. ¿Cuáles vigas? Las hechas por el ser humano en casas y puentes. Sí, puentes. Porque resulta que la golondrina hace su nido de barro al ritmo en que avanza la urbanización. En los rincones de la obra humana es que las golondrinas trazan sus hogares. T. S. Eliot nos dice en The Waste Land:

“Me senté en la orilla

pescando, con la árida llanura a mi espalda

¿Pondré al menos orden en mis tierras?

El Puente de Londres se está cayendo cayendo cayendo

Poi s’ascose nel foco che gli affina

(«Luego se hundió en el fuego que lo refina.»)

Quando fiam uti chelidon —oh golondrina golondrina

(«Cuando me transforme en golondrina, ¿dejaré de estar callado?»).

Le Prince d’Aquitaine à la tour abolie

(«El Príncipe de Aquitania en la torre abolida»).




Con estos fragmentos he soportado mis ruinas

Bueno, os ayudaré. Jerónimo está loco otra vez.

Datta. Dayadhvam. Damyata. 

(«Adopción. Compasión. Benevolencia».)”

Pero antes de Eliot, su Puente de Londres y su («Cuando me transforme en golondrina, ¿dejaré de estar callado?»), Sófocles en su tragedia Tereo, quizá con base en el Ovidio de las Metamorfosis, logra que las hermanas Filomela y Procne se conviertan, por voluntad de los dioses, una en ruiseñor y otra en golondrina, quizá para escapar de la furia de Tereo al verse alimentado con los restos de su propio hijo cocinados en venganza por su mujer, Procne, al saber que su marido había mancillado a su hermana Filomena.

Sabemos que una golondrina no hace verano, y que su vuelo es mejor que su canto, al que mejor llamamos gorjeo. Ese gorjeo o chirrido motivó uno de los primeros diálogos de san Francisco de Asis con los animales. Se cuenta que Francisco “Tomó como compañeros a los hermanos Maseo y Ángel, dos hombres santos, y se lanzó con ellos a campo traviesa, a impulsos del espíritu. Llegaron a una aldea llamada Cannara; san Francisco se puso a predicar, mandando antes a las golondrinas que, cesando en sus chirridos, guardasen silencio hasta que él hubiera terminado de hablar. Las golondrinas obedecieron”. (Florecillas Capítulo XVI. Cómo quiso San Francisco conocer la voluntad de Dios, por medio de la oración de Santa Clara y del hermano Silvestre, sobre si debía andar predicando o dedicarse a la contemplación.).  “Parleras como los grajos, le obedecerán atentas y absortas, como en el fresco de Giotto”, nos cuenta Novo en su discurso referido; y citando a Fernán Pérez de Guzmán, referente al “Si el seso estouiesse en mucho fablar” ya que:

“Yo mando a la golondrina

templar su parlera lengua

por que tal defecto e mengua

en poco seso confina.” en S. Novo 

“Otro aspecto de gran importancia relacionado con las golondrinas es la utilización por estas de la conocida como “hierba golondrinera”, la “Celidonia” (del griego “kelidon”, –golondrina–, que cortada suelta un zumo amarillento y cáustico, muy acreditado antaño en la Medicina y particularmente en Oftalmología. En España, en Galicia, se la conoce también como “herba da anduriña”... Esta hierba contiene 10 alcaloides diferentes, de características opiáceas. Cayo Plinio “El Viejo” en su “Historia Natural” (VIII; 98) , ya menciona que… “las golondrinas mostraron ser la celidonia muy provechosa para la vista, curando con ello los fatigados ojos de sus crías”. San Isidoro de Sevilla en sus “Etimologías”, en el capítulo dedicado a las plantas dice: “chelidonia” se llama así, porque empieza a salir con la llegada de la golondrina; o, porque –según se dice– las golondrinas madres curan con esta hierba a sus polluelos, si fortuitamente quedan ciegos”. La ceguera de Tobías y las golondrinas: milagro e interpretación científica Autor: Manuel Morell Rodríguez* Coautor: Mario Esteban de Antonio **

Estas citas hacen referencia a motivos que desde la Antigüedad están presentes en la cultura y la poesía, en relación a las golondrinas. Vemos que los puentes y los nidos de golondrina conviven en la tradición; y que las voces designan su existencia, como la común golondrina, la anduriña galaico-portuguesa, el hirund latino de su clasificación y la voz griega y antigua chelidonia, que informa tanto de ave como de la planta que cura los ojos y la vista de sus críos. 

Quisiera hacer aún tres referencias que me parecen centrales para iluminar nuestro cuento. El los dos primeros son desde la poesía, el tercero es cuento.

La primera es la poeta gallega Rosalía de Castro (1837-1883) quien escribió desde el romanticismo en ambas lenguas, el gallego y el español. Sus Cantares gallegos, Follas novas y En las orillas del Sar constituyen una obra rica en lírica y referencias regionales de altos vuelos poéticos. 

En este último libro, En las orillas del Sar, “Rosalía se lamenta de la ausencia de los que definitivamente abandonan Galicia, de los que no quieren volver”, dice Marina Mayoral Díaz.

Bien sabe Dios que siempre me arrancan tristes lágrimas

aquellos que nos dejan;

pero aún más me lastiman y llenan de luto

los que a volver se niegan.

[...]

Tornó la golondrina al viejo nido,

y al ver los muros y el hogar desierto,

preguntóle a la brisa: «¿Es que se han muerto?»

Y ella, en silencio, respondió: «¡Se han ido

como el barco perdido

que para siempre ha abandonado el puerto!»

O en (Hojas nuevas) “se encuentra uno de los más logrados poemas de Rosalía sobre la mujer del emigrante. En él vemos un retrato de esta mujer fuerte que realiza sola las más duras tareas: siembra el campo, recoge leña en el monte, lleva la hierba y el agua... La rudeza de los trabajos contrasta con la ternura y delicadeza que reflejan sus palabras:

Mi hombrecito está perdido, 

nadie sabe a dónde va...

Anduriña que pasaste con él

las olas del mar

Anduriña vuela, vuela

ven y dime dónde está.

Sevillano, ilustre poeta que vivió, escribió y murió entre 1836 y 1870, el siempre joven Gustavo Adolfo Bécquer, contemporáneo estricto de Rosalía de Castro, y ella de él si a la fama nos ceñimos, escribió unos de los versos más tristes y armónicos de la poesía española, me refiero a los versos LIII de sus Rimas:

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.




Pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres…

ésas… ¡no volverán!

El cuento que quizá ilumine más estas páginas, aunque sea una lectura al vuelo, es sin duda El príncipe feliz de Oscar Wilde. También un libro-cuento como el Anduriñas que nos ocupa, es una narración inscrita en las alegorías ejemplares, es decir, está inscrito en la prosa moralizante que echa mano de la fantasía y la magia para contarle al hombre lo que es importante en la vida. La ironía del nombre del cuento radica en la carga moral de su discurso. De manera no verosímil una golondrina hace a un lado la rutina implícita en su impulso natural para relacionarse con el desasosiego de un príncipe profundamente triste por la condición humana dolorosa de los desposeídos. Día a día la desafortunada golondrina se humaniza tanto como lo hace la estatua del príncipe, lo que significa su ruina y muerte. Mientras tanto sabemos de las aventuras narradas de las golondrinas que sí continuaron su impulso migratorio y saben de ríos, desiertos y monumentos de historia y leyenda.

DOS

Aves, migración, puentes, nidos, ojos. Viajes, abandono, desesperanza, reconocimiento. Ocultamiento, melancolía, recuerdo, tristeza. Regreso, vuelo, reencuentro. Todas las golondrinas están presentes en nuestro Anduriñas.

“Los árboles aman las historias; en particular, aquellas que hablan de almas conectadas a través del tiempo y la distancia por fuerzas más antiguas que la magia misma.

“Pero entre todas esas historias, hay una que gustan de contar más que todas las demás. Es su favorita, y estoy seguro de que quien sabe escuchar el rumor de las hojas, sabrá también, que esta historia comienza en un viejo puente de piedra…”

El comienzo de Anduriñas es un marco narrativo. La voz le declara al lector el gusto de los árboles por las historias. Y que las historias hablan de almas (¿personas?) vinculadas en el espacio-tiempo a razón de ser de una magia antigua; y la preferida es justo la que el lector va a leer entre el rumor de las hojas (¿las de los árboles del bosque, las de las hojas del libro?). Y por una mágica razón, el lector sabe ya que lo que sucederá, será en un viejo puente de piedra, ¿o se atreverá el lector a decir que no lo sabe aun cuando ya lo sabe en ese preciso instante en que lo acaba de leer?

Hasta aquí nuestro narrador-marco o presentador, como el que puebla todos esos cuentos de “érase una vez….” Enseguida comienza otro narrador, el encargado de contarnos lo que sucede en ese puente del bosque que permite a las omnipresentes golondrinas posarse, revolotear, convivir.         

Nuestro cuento, a diferencia de El príncipe feliz, narra una historia centenaria, donde el tiempo es el telón de fondo de lo que vemos y leemos. ¿Cuánto tiempo pasa cuando el lector pasa una hoja, una página? Sin duda pasa un momento o un “tiempo”, cuando queremos decir que transcurrió algo más de lo esperado, indefinido pero sensible. O bien pasaron años, quizá siglos o toda una era. “Los pocos que conocieron la verdadera historia de aquellos dos enamorados habían muerto muchos siglos atrás…”  nos dice el narrador casi al final del relato.

Ese tiempo es el inmemorial del bosque con su puente de piedra y la migración de las golondrinas temporada a temporada, pero no los adelantemos.

Sobre ese vetusto puente, “una criatura más del bosque”, danza una hermosa niña del color de la espuma del Atlántico, castaña, y vestida de azul y crema que baila con y observa a las golondrinas que nadan en el azul del cielo. 

Mientras tanto, en ese bosque a la orilla del río que cruza el puente de piedra, apareció un niño de edad semejante a la de la niña, que vemos ataviado con pantalón y abrigo, algo como una bufanda y una boina que le da ese carácter regional. Su vocación es la del coleccionador o recolector de “tesoros”. Verla es como haber “atravesado un anillo de hadas por el camino”, Misteriosa para él, quizá por inesperada, parecía salida de un cuento de hadas, de “meigas”, trasnos y duendes”, de los que sabía por su abuelo.

Ella bailaba en torno y con las golondrinas alrededor del puente y de las aguas del cielo y del río. Aventurado, el niño caminó al puente y al encontrarse con ella la miró mudo. Se quedó sin palabras ante la mirada de la “pequeña gorgona”, como la califica el narrador. Con la mirada sostenida de ambos, él, ante la sorpresa de ella, hizo una reverencia “poposa y ridícula”, lo que provocó la risa en ella. Es a partir de esta clara anagnórisis, es decir, del proceso narrativo de reconocimiento, manifestación o revelación del otro, que comienza la historia que trascenderá  la crueldad del tiempo.

Como toda historia de amor trascendente, la de Anduriñas teje las bondades de uno y la generosidad de otra que se compenetran y hacen posible una transfiguración, donde con el tiempo uno es el otro y los dos son a la vez el mismo. Él le revela a ella el mundo de los detalles y los tesoros ocultos, ella lo inicia “a través de sus ojos” en los lenguajes ocultos de la naturaleza y sus habitantes, de tal forma que “sus mundos se fundieron lentamente en uno solo”. Y así pasaron los años y los veranos.

“... Pero un año, [él] partió y no volvió más” Y lo vemos a él irse. 

Ella es permanencia, él errancia. Ambos, caras de una misma moneda, o como ya nos dijo el narrador, las dos orillas del mismo puente.

Comienza la espera y el declive de un alma esperanzada, luego desesperanzada y triste, para ser invadida por una resignación en el carácter de Penélope. 

En este momento la narración da cuenta de un proceso de descomposición y muerte. La belleza es fealdad, la juventud vejez y la vida muerte.

El bosque y las mandrágoras en un proceso de prosopopeya propio de este tipo de cuentos  consolaron a la muchacha con cantos y flores. Envuelta en una corteza, de madera, del bosque, ella descansa.

La vida en el bosque continuó sin ellos, en medio de un olvido de lo que fuera esta historia de amor.

Pero el bosque en este tiempo sin tiempo hizo posible un renacimiento. Porque todo tiempo de oscuridad es seguido por uno de luminosidad, y el de muerte de vida. De esta forma la niña que vimos ocultarse tras la corteza de los árboles ahora con una mirada aún más profunda vuelve a danzar en los caminos y aquel mismo puente de piedra.

TRES

Lo que sigue es un desenlace mágico con esa fuerza irracional que vence bromas de trasnos o discordias de meigas, donde la vitalidad de las anduriñas retornan de alguna migración para decirle al mundo que los enamorados “volaron juntos en el cielo que se reflejaba sobre las aguas del río”.

Anduriñas es un cuento donde la felicidad es la del bosque que es testigo y partícipe de ese tiempo, de esos tiempos de magia, de encuentros fortuitos y relaciones eternas. El espacio es el bosque y el río y el puente que ocupa una niña que se solaza con el ir y venir de las golondrinas.

Tanto él como ella son seres del bosque y del río. Son sujetos de la narración que con sus acciones nos cuentan sobre lo que son y lo que vale la pena hacer y sentir. Pero así como son del bosque también son migrantes. Los dos están, llegan, se van y vuelven. Ambos son el puente que pisan y el río que fluye bajo sus pies. Él y ella son el bosque y son parte del bosque. Son ojos y miradas fijas que petrifican. Son baile y canto. Son espera y tristeza. Huída y regreso. Troncos, piedras, hojas, puertas y magia. Son el vuelo de las anduriñas.    

FRANCISCO VASQUEZ